Las circunstancias personales determinan las prioridades de las familias a la hora de buscar un nuevo hogar. Hay que decidir entre escoger la ubicación, el espacio construido y, por supuesto, el precio, pues el mercado cada vez exige más esfuerzo a los compradores.
Pero en la actualidad no solo se tienen en cuenta estas variables, sino que se valoran también otras características.
Por ejemplo, eficiencia energética, para aliviar las facturas de la luz y que sea sostenible, debido a la concienciación por el cambio climático. Pero el golpe de efecto para este cambio de paradigma lo ha marcado la pandemia del coronavirus. La Covid-19 encerró a los ciudadanos en sus pisos durante meses. Miles de personas se vieron atrapadas en pequeñas viviendas, a veces sin balcones o terrazas donde poder tomar el aire, y el miedo a un nuevo confinamiento ha intensificado el deseo de espacios abiertos.
Ante tantas preocupaciones, las viviendas modulares y prefabricadas emergen como una solución a todos esos requisitos.
Sus precios oscilan desde 25.000 euros para una casa de 60 metros cuadrados hasta 130.000 para 180 m2 con porche o terraza, y cuentan con la virtud de estar disponibles en pocos meses desde su encargo.
«Prácticamente son todo ventajas», resume María José Peñalver, decana del Colegio de Arquitectos de la Región. «La sociedad todavía asocia este tipo de construcción a algo como de poco valor, cuando tiene mucho», subraya.
El sector está en continuo crecimiento desde hace años, pero la pandemia ha catapultado las ventas de las empresas regionales.
Todas las compañías consultadas por este periódico han experimentado un incremento de las ventas tras la irrupción de la Covid. «Ha habido un aumento de la demanda increíble.
La principal diferencia con las viviendas convencionales no reside en la calidad, sino en el proceso de construcción: se configuran casi por completo en un taller o una fábrica y posteriormente se transportan con una grúa al lugar donde quedarán instaladas.
Peñalver también destaca que «resulta más fácil llevar el control de calidad en estas edificaciones porque no están a expensas de factores climatológicos o de falta de seguridad. En un taller es mucho más fácil controlarlo».
Además, los modelos que se ofrecen en los catálogos no son fijos, pues tanto el acabado exterior como el interior ofrecen distintas opciones para que las familias las personalicen a su gusto.
Tendencia al alza
La sociedad ya empieza a ser consciente de estas cualidades. «Desde hace dos años ha habido un cambio de tendencia en el cliente.
La tendencia al alza se explica con experiencias como la de Ana María Luengo y su familia. El matrimonio, con dos hijos, ya tenía previsto cambiar de casa, pero ella señala que «era un proyecto a largo plazo».
Tras pasar el confinamiento en su piso de la pedanía murciana de Los Garres, la idea se aceleró. «Nos ha cambiado mucho el pensamiento: buscamos más espacio exterior. La pandemia no solo nos ha afectado a la salud, también psicológicamente». Esa secuela emocional de la Covid no solo la sufre esta familia murciana. «Está produciendo problemas de depresión, ansiedad, estrés postraumático», sostiene Óscar Sánchez, psicólogo de la UMU que ha dirigido el estudio ‘Resiliencia y bienestar frente a la Covid-19’. Ese malestar guarda relación con la vivienda. Según
la experiencia de Sánchez, su sensación «es que cuando las personas tenían una casa más amplia y con mayor espacio natural, les ayudaba» psicológicamente a soportar el confinamiento.
Otro informe, elaborado por investigadores españoles, ofrece una visión más concreta. Se titula ‘Las consecuencias psicológicas de la Covid-19 y el confinamiento’, y sus entrevistas revelan que la satisfacción con su vivienda fue claramente mayor entre los encuestados que disponían de zonas de esparcimiento, como jardines y terrazas. En este contexto, muchos ciudadanos han recurrido a las viviendas modulares y prefabricadas.
Sin pagos por comunidad En cambio, José Pérez se adelantó y evitó esta situación. Antes de la pandemia, su familia cambió su ático de El Palmar por una casa prefabricada en Alcantarilla. «Gracias a la vivienda, el confinamiento se ha hecho menos duro.
Quitas el pago de la comunidad, no te limita a vivir en 80 metros cuadrados y tienes los espacios exteriores, con tu piscina, tu césped…
El cambio ha sido para mejor», dice sobre su compra a Madercás, una empresa de la pedanía murciana de Sangonera la Seca. La pandemia ha provocado otro fenómeno relacionado que también ha beneficiado al sector. Los ciudadanos buscan espacios
abiertos y, tras tantos meses de restricciones a la movilidad, también anhelan escapar de la ciudad. «Las casas de campo y de huerta han crecido un 15% o 20%».
En Madercás han experimentado esta situación. La empresa ha recibido sobre todo a «gente de mediana edad o mayor que tenían un terreno y no sabían qué hacer con él», añade Yolanda Martínez, asesora.
Muchos buscan una segunda vivienda, pero también «una opción por si vuelve a ocurrir un encierro». En cuanto al aspecto económico, depende de los acabados, pero en ocasiones sí existen diferencias con respecto a las edificaciones convencionales. «Pedimos el mismo precio en obra tradicional a otras empresas y se duplicaba», dice José Pérez.
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Lo que sí comparten todas las compañías es la velocidad, pues se construyen en un periodo de entre dos y cinco meses.
Y, por lo que cuentan los clientes, siempre cumplen plazos y presupuestos. «La verdad es que lo hicieron muy bien; estamos muy contentos. Nos dijeron cinco meses y no llegó ni a eso», recuerda el propietario de la casa de Alcantarilla. Su vivienda es una construcción mixta: una estructura de madera con una terminación exterior de ladrillo y revestida con un porcelánico para evitar el mantenimiento. Era una opción diferente, innovadora, pero les convenció por «el sistema constructivo y el aislamiento térmico y acústico, que es brutal», resalta José Pérez.
El requisito de sostenibilidad
Hay otro factor que completa la amplia paleta de bondades. Las viviendas prefabricadas y modulares encajan como un guante en una sociedad cada vez más concienciada por el cambio climático.
Por lo general, los materiales que se utilizan son ecológicos, reciclables y biodegradables.
Para la decana del Colegio de Arquitectos, la sostenibilidad es una de las claves. «Hay menos desperdicio de material, genera menos residuos y no se fabrican en plena naturaleza». «Emiten muy poco porcentaje de CO2», añade la asesora de Madercás. Los clientes sienten en un primer momento una mezcla de curiosidad, interés y dudas por un sistema novedoso, pero el balance final es satisfactorio.
La decana del Colegio de Arquitectos apenas encuentra defectos. «Quizás tendríamos que darle más conocimiento a la sociedad para que sea consciente de las ventajas», concluye. Las perspectivas, en cualquier caso, son prometedoras. «2020 ha ido bastante bien pero se prevé que 2021 sea mucho mejor », vaticina Yolanda Martínez.
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Articulo extraido del periodico La Verdad
Entrevista realizada por Antonio Gil Ballesta a Casas de madera Madercás